Hoy te cuento como me sentí cuando mi hijo y yo comenzamos el Método de Escucha del Dr. Alfred Tomatis. Al poco de ser consciente de que mi hijo era disléxico, cayó en mis manos un ejemplar de la revista Cuerpomente en el que se hablaba de este método como una alternativa para mejorar el aprendizaje de niños con dificultades. Cuando me metí en su página web quedé cautivada y, sobre todo, llena de esperanza.
El Dr. A. Tomatis descubrió que una persona que no puede escuchar una determinada frecuencia no es capaz de reproducirla con su voz. Y que con repetidas audiciones de una música que amplificara la frecuencia que no oíase restauraban las conexiones neuronales que inhibían la escucha. Para ello inventó un oído electrónico, por el que se escucha, de forma alternativa, música de Mozart– sobre todo de su primera época cuando niño y estaba totalmente conectado a la energía creativa del Universo– y canto gregoriano. Y el niño escucha también mi voz filtrada reproduciendo el efecto de lo que oía dentro del vientre materno a los cinco meses de gestación.
Me llenó de esperanza porque me ayudaba a cumplir mi obsesión: «sin dolor, haremos lo que haga falta, pero, por favor, sin dolor». Y me entusiasmó porque el niño era considerado como un todo (atendía a su estado emocional, a su falta de conciencia tempo-espacial, a su lateralidad.), y además, había centro en Zaragoza.
Nosotros ya estábamos inmersos en la práctica diaria de la terapia visual optométrica – lateralizando el ojo y la mano- y, aunque algunas voces me aconsejaron que cuando acabara una terapia empezará otra, no las escuché. Seguí mi intuición, entendí que no había ninguna incompatibilidad en lateralizar varios sentidos a la vez (ojo, oído y mano), y que esperar un año y medio para comenzar a trabajar el oído, era demasiado tiempo en la vida de un niño de 7 años.
En la primera entrevista me comunicaron la necesidad de que el niño acudiera y permaneciera acompañado de su madre durante todas y cada una de las sesiones. Y me pareció una exageración y, hasta un poco «sexista», y pregunté: “¿y por qué sólo la madre?…
Y la respuesta me convenció: «porque las madres sois el referente del mundo emocional de vuestros hijos».
Salí con un nudo en el estómago: no tenía ni idea cómo íbamos a hacerlo. Demasiadas obligaciones: sólo haciendo los deberes invertíamos dos horas, y mi ayuda era imprescindible- él no sabía ni por dónde empezar ni cómo continuar-, más los quince minutos dedicados a gimnasia visual, por supuesto, supervisada. ¿Y mi hijita? También necesitaba de mi atención y mimos. Además, ¿cuándo iba a atender bien mi trabajo: mis clientes, preparar los casos, etc…? Y quedaban los quehaceres de la casa… ¿Cómo hacer un hueco para tres sesiones semanales, de hora y media de duración, más el tiempo en ir y venir…? Necesitaba coger aire, pensar: tenía que reorganizar mi agenda de trabajo, que ajustar las sesiones durante las vacaciones escolares, para los deberes encontraríamos huecos… y, a pesar de todo, me lancé y pensé: ¡ya saldremos!…

Foto cara de mujer, by Isabel García. Exposición de Pedro Guimaraes, Marzo-Septiembre 2016 Museo del Fado, Lisboa.
…y nos apuntamos a Tomatis. Antes de empezar pasas un test de escucha (para conocer nuestro umbral, y nuestro estado emocional) ¡Buff!, no me hacía ninguna gracia, nunca he tenido buen oído, me costaba distinguir lo más elemental: un sonido agudo de uno grave; y, aún más, exhibir mi torpeza. Tuve que hacer de tripas corazón. Al informarme de su resultado el pedagogo comenzó: «no sé quién está peor si la madre o el niño». Me había pillado. Era verdad, la dislexia de mi hijo me angustiaba, no sabía cómo podía ayudarle, ni en qué consistía exactamente, me preocupaba que fuese un problema neurológico, los cambios que traería a nuestra forma de vivir y a su aprendizaje, iba a ser un proceso larguísimo…
Sí, en esos momentos estaba totalmente angustiada, me sentía muy sola y abrumada. Y a la vez, me repetía constantemente: «yo puedo, yo puedo con todo».

Muchacha Paseando. Foto by Carlos Maestro
Durante las sesiones no se puede ni leer ni hacer deberes, así que acepté que el tiempo en Tomatis era sencillamente estar con Ángel, jugando, pintando, haciendo construcciones… mientras escuchábamos cada uno con nuestros cascos a Mozart. Lo único que tocaba era pararme y disfrutar de mi niño.
Y… la sorprendida fui yo: salía de las sesiones más contenta, relajada, y sobre todo, llena de energía, con la mente clara, con ganas de ponerme a trabajar, de seguir adelante. Para mí, Tomatis era un regalo, me sentaba de MARAVILLA.
Y tú, ¿qué has tenido que hacer por tus hijos que en un principio no te apetecía absolutamente nada? ¿Te sorprendió lo que a tí te aportaba?
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