Llevo meses dándole vueltas a que para un disléxico es muy valioso tener un buen mentor. Esta idea ha coincidido, sin buscarlo, con ver la serie de televisión «Merlí», y de ahí, todo mezclado, me llevó a buscar y buscar con la figura del mentor, y las palabras que más me han gustado no son otras que las de Gemma Marfany, que transcribo:
«Seducida por la mezcla de literatura, mitología y unas gotas de historia. Quizás por eso, cuando oigo decir mentor, palabra que ahora vuelve a escucharse mucho para nombrar a las personas con experiencia que ayudan y aconsejan a una más joven en su camino, siempre pienso en su inseparable discípulo, Telémaco. Porque en la historia de Ulises, Méntor es el adulto entrenado y reflexivo, el senior que acompaña y aconseja, el maestro y amigo que enseña cuáles son los obstáculos y las dificultades, cómo enfrentarse a los problemas y tener prioridades, cómo crecer en los fracasos y no morir con los éxitos. Y eso es lo relevante porque hablar de Méntor no tiene sentido sin Telémaco, uno y el otro se dan mutuamente. El otro día me vino a la cabeza lo importante que es tener un buen mentor en la vida, y el difícil pero extremadamente satisfactorio reto que supone hacer de mentor.»
Desde mi punto de vista, creo firmemente que un niño o adolescente disléxico necesita un mentor, otro disléxico que tiene o ha pasado por problema similares, y que ya cuenta con mayor experiencia, no sólo les puede resultar de lo más inspirador, sino que puede ser imprescindible para desarrollar la alta autoestima que necesitan, porque los niños/adolescentes con dislexia tienen que valorarse a sí mismos y ser conscientes de cuán importantes son en su mundo, y así aprendan a defenderse a sí mismos y ser capaces de pedir la ayuda que ellos creen que se merecen, es decir, tomen las riendas de su dislexia para tener más probabilidades de ser capaces de enfrentar y manejar los desafíos que conlleva el aprendizaje.
No se si ya he hablado alguna vez de que el proceso de compensación de la dislexia de mi hijo, fue un proceso en el que en cada momento operaba la sincronicidad. La herramientas que precisábamos para avanzar, llegaban a nosotros en el momento adecuado, justo cuando necesitábamos crecer, sin esperarlo. Así, tras comenzar la terapia visual y tras haber hecho nuestra primera tanda de Tomatis, era el momento de empezar la reeducación fonológica de la mano de un logopeda. Y el universo se sincronizó, porque de todas las logopedas del gabinete al que acudimos, nos asignaron la única logopeda disléxica. Este hecho cambió desde el inicio la dirección de nuestro camino e influyó en nosotros para bien. Aprendimos a comprender la dislexia desde dentro e influyó de manera decisiva en nosotros, fue muy reconfortante tanto para mi hijo como para mí contar con la presencia y experiencia de Beatriz.
Por su condición de disléxica, Beatriz fue pura inspiración, sin quererlo, para Ángel. Éste acudió a sesiones de logopedia y algo más desde que tenía 7 años hasta cumplidos los 14, sólo la compañía de «Bea logopeda», como nos referíamos a ella en casa, le hacía sentir, como algo natural, capaz de compensar su dislexia, y poder hacer lo que él quisiese.
La relación con Beatriz fue de total confianza. La de mi hijo y la mía la ganó, como sólo se puede ganar, con honestidad, actuando de acuerdo a como se piensa y se siente. Gracias a su humildad -cualidad necesaria para ser un buen mentor- , me permitió participar activamente en el proceso de reeducación fonológica y algo más, de mi hijo: planificábamos cada curso los objetivos que Ángel tenía que alcanzar, y ambas, cada una en su parcela, hacíamos todo lo posible para que curso tras curso mi hijo avanzara, siempre abierta a incluir mis sugerencias. Esa humildad le hizo a ella, quiero creer, aprender también de su pequeño Telémaco, produciéndose ese «si das recibes y los dos aprendemos «, imprescindible en toda relación de mentor y pupilo.
Era muy práctica y seguir sus consejos nos llevaban siempre por el camino más corto, que en el largo proceso de compensación de la dislexia, siempre es de agradecer. Pero, si he quedarme con alguna de sus cualidades, me quedo con su templanza, imprescindible para reeducar la dislexia y para la autoestima de mi hijo. Así, en nuestra vida se hizo costumbre y necesidad compartir con Beatriz todos y cada uno de los avances de Ángel en cualquier disciplina, era habitual escucharle: «esto se lo tenemos que contar a Bea». De ella recibimos mil trucos, mil sonrisas y toda la paciencia del mundo, y su alegría de ver cómo Ángel avanzaba.
Siempre sentí que éramos muy afortunados porque encontrábamos personas de gran ayuda en el proceso de compensación de la dislexia de Ángel. Contar con Bea Logopeda como mentora fue realmente decisivo para él.
TIP : Busquemos mentores disléxicos para nuestros hijos, su suerte cambiará para bien.
He elegido la fotografía de esta bella lechuza que me ha cedido @rubendomingomartinez, porque hablando de mentores, no podemos olvidarnos que la lechuza acompaña a Atenea, símbolo de la sabiduría, y los disléxicos tienen mucha.
4 Comments
Qué entrañable la valoración de la logopeda!!!! Muchas veces, una vez superada la dificultad olvidamos a quien nos ayudó en el proceso y ese reconocimiento es muy importante para el niño que crece, porque aprende que el agradecimiento es necesario, y para el adulto que siente valorada su labor.
Un mentor, un modelo, SIEMPRE es un REGALO , un puente tendido hacia el futuro que todos querríamos tener
SIII, todos necesitamos en quien inspirarnos. Gracias, sister.
Me encantó, me haces pensar en eso de reeducación fonológica ya tenía descartado seguir con fonoaudiólogos. Ahora mi hijo tiene un mentor que lo está entrenando para olimpiadas de física y matemáticas aunque no es dislexico (el mentor) se han llevado a las mil maravillas.
Tener un mentor es imprescindible en la vida. Me alegro muchísimo.